La creatividad aparece en diversas formas, y los destinos suelen desempeñar un papel destacado como inspiración artística. Para muchos pintores, los seres humanos no fueron sus únicas musas: los lugares que visitaron o en los que se establecieron resultaron ser catalizadores de su arte y su expresión. Y del mismo modo que los artistas han encontrado inspiración en la naturaleza o en pequeños rincones, sus pinturas también pueden motivarnos para descubrir estos preciados y gratificantes sitios.
La primera vez que visité Rügen (Alemania) fue por el cuadro Acantilados de tiza en Rügen, de Caspar David Friedrich. Pintado en 1818, nos muestra la naturaleza en su vertiente más espiritual y no solo como telón de fondo de la figura humana. Los tres personajes representados, un hombre, una mujer y su amigo, casi desaparecen entre los blancos acantilados. Para ver el cuadro original, dirígete a “Am Römerholz”, donde se encuentra la Colección Oskar Reinhart, en Winterthur (Suiza). Para ver en vivo y en directo los legendarios acantilados de tiza, tendrás que ir a la isla del Mar Báltico, la más grande de Alemania.
Rügen puede presumir de espectaculares playas (aunque en esta época del año estén un poco azotadas por el viento) y elegantes restaurantes, pero es el Parque Nacional de Jasmund, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, el que hay que visitar. Aquí, enmarcado por antiguos bosques de hayas, podrás disfrutar de la misma vista que los personajes del cuadro de Friedrich. La escarpada costa se extiende a lo largo de unos 7 km y los acantilados sobresalen de la gran extensión azul cristalina del Mar Báltico con un efecto deslumbrante. Destaca el mirador de Königsstuhl (la Silla del Rey), que ofrece las mejores vistas de la península y donde puedes experimentar una verdadera conexión estética y romántica con la naturaleza, llegando a evocar la sensación de lo sublime.
Un maravilloso preludio de la ciudad de Delft en los Países Bajos es la obra maestra de Vermeer: Vista de Delft. En este cuadro, vemos la ciudad desde el sur. No ocurre nada aparentemente especial (algunas personas esperan en el muelle, grandes y hermosas nubes atraviesan el cielo), pero la ciudad y el torreón iluminado por el sol de la Nieuwe Kerk destacan como puntos centrales.
Hoy, la pictórica ciudad, salvada de los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial, sigue dominada por ese campanario (el segundo más alto del país). La Nieuwe Kerk, última morada de la familia real holandesa, se encuentra en el corazón del Mercado (la plaza principal de la ciudad) junto con la Iglesia Vieja, que es la tumba de Vermeer. Desde la plaza se puede pasear por el canal Oude Delft y atravesar las llamativas callejuelas, que recuerdan los callejones y casas representadas por Vermeer.
Delft ofrece una alternativa cultural a la turística Ámsterdam. Abundan los tulipanes, la porcelana azul y blanca pintada a mano (por la que Delft es mundialmente conocida) y las tiendas de zuecos de madera. A pesar de estos reclamos para el visitante, su ritmo sosegado la convierte en un agradable respiro de las grandes ciudades. No dudes en pasear por Delft hasta llegar al punto exacto donde Vermeer pintó aquella estampa que también un día él tuvo ante sus ojos. Luego, si quieres admirar la obra maestra en persona, coge un tren hasta La Haya y visita el Museo Mauritshuis.
En 1890, el pintor holandés Vincent Van Gogh se trasladó a Auvers-sur-Oise, un bucólico pueblo cercano a París, para vivir más cerca de su hermano Theo y ser tratado de su depresión por el doctor Paul Gachet. Van Gogh pasó los últimos años de su vida en este singular pueblo antes de suicidarse en julio de 1890. Solo un mes antes, Van Gogh había pintado al óleo una de sus obras maestras postimpresionistas más laureadas.
Musée d’Orsay
La Iglesia de Auvers se encuentra ahora en el Museo D’Orsay de París, pero es en Auvers donde reside espiritualmente. Van Gogh quería infundir sus propias emociones (tanto la luz como la oscuridad) en ese templo religioso y en el alborotado cielo que lo cubre. “El edificio aparece violáceo contra un cielo de un azul profundo y sencillo de puro cobalto, las vidrieras parecen manchas de azul ultramar, el tejado es violeta y en parte naranja”, escribió a su hermana.
Descubre una visión más luminosa de la iglesia y de la propia localidad cuando la visites. Situado a orillas del encantador río Oise, el pueblo rinde homenaje a Van Gogh, y no podrás ir muy lejos sin notar su impacto imperecedero. Ve por sus senderos salpicados de paneles que reproducen sus obras. Recorre sin prisa sus tranquilas carreteras, que afortunadamente están casi libres de coches, y observa las placas metálicas circulares con la leyenda “Vincent”. La iglesia representada en el cuadro sigue en pie. Es pequeña y sencilla, pero transmite una sensación de paz en su interior.
Dirígete a la casa del Dr. Gachet, abierta para visitas, que cuenta con un jardín de cipreses y cedros. Otra parada obligada en el itinerario es el número 5 de L’auberge Ravoux, donde el artista vivió durante los dos últimos meses de su vida. La habitación es sencilla y el mobiliario se ha mantenido tal y como estaba cuando falleció. A mí me emocionó mucho cuando la visité.
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No te vayas de la ciudad sin presentar tus respetos en el pequeño cementerio rural. Ahí yacen Van Gogh y su hermano, descansando uno al lado del otro, bajo una cubierta de hiedra. Deja uno o dos girasoles como muestra de cariño.